Manuel de Falla era un músico y compositor que contaba que de pequeño jugaba a representar con
marionetas aventuras de Don Quijote para su hermana menor. Este era un
personaje querido y familiar para el niño gaditano, antes de convertirse
en el célebre compositor español. Por eso, cuando la princesa de
Polignac le encargó en 1918 escribir una obra breve para orquesta de
cámara, Falla le propuso el Capítulo XXVI de la Segunda Parte de la
novela cervantina como argumento de su ópera, y sugirió además montarla
con títeres, pues ese capítulo narra “la graciosa historia del
titerero”.
La acción tiene lugar en una venta manchega donde Maese Pedro y su
ayudante, el joven Trujamán, ofrecen una función de títeres para los
huéspedes. Entre los espectadores se encuentran Don Quijote y Sancho
Panza. Los títeres representan “el retablo de la libertad de
Melisendra”, un romance medieval que cuenta cómo Don Gayferos rescata a
su esposa Melisendra, prisionera por los moros en la ciudad de Sansueña
(antigua Zaragoza). Don Quijote, al observar la escena, metido de lleno
en la acción y queriendo hacer justicia, desenvaina su espada cuando los
amantes huyen y son perseguidos por los moros. Pero los gestos del
valeroso hidalgo sólo consiguen destrozar el teatrino y los muñecos del
titerero.
Hoy he ido a una representación de esta obra, con títeres gigantes e instrumentos.La representacion ha tenido lugar en la sala de la Corona de Aragón del edificio Pignatelli (Sede del Gobierno de Aragón) . Han colaborado el Grupo Enigma para tocar melodías y los titiriteros de Binefar para representar con marionetas gigantes el argumento.
RAÚL ECHENIQUE